La Infraestructura vial colombiana se cae a pedazos, pero, ¿por qué?

Es un cuestionamiento común sin que pueda encontrar una respuesta meridianamente razonable. A pesar de encontrarnos en un territorio caracterizado por su sismicidad, los desmanes que ha sufrido la infraestructura vial colombiana en los últimos tiempos no tienen su origen en esta poderosa fuerza de la naturaleza, razón que justificaría plenamente su desmoronamiento.

Hay quienes se atreven a afirmar que lo que pasa en Colombia obedece a las inclementes lluvias que hace que literalmente nuestras montañas se derritan sobre las vías como un helado a pleno rayo del sol.

Pero entonces la pregunta que cualquiera se hace es ¿cómo resuelven los otros países del mundo este problema? pues Colombia no es el único país donde se asientan las nubes con colosales cargas de agua. La respuesta es obvia, el problema se resuelve con una ingeniería de calidad antecedida cardinalmente por una planeación estratégica que desde lo público integre eficazmente al país.

Los contratistas deben zafarse de esa profunda convicción de optimizar los presupuestos de obra dejando en segundo plano la ingeniería para resolver los problemas de estabilidad de nuestra desafortunada geología; la cual, irónicamente, compartimos con Chile, Perú y Ecuador, países en los que el desarrollo de su infraestructura, lejos de presentar los problemas que vivimos aquí, han demostrado que sí se pueden ejecutar proyectos de gran envergadura y particularmente resistentes a las inclemencias del tiempo.

El estado colombiano por su parte debe dejar de contratar estas obras pensando en el corto plazo para que el gobernante de turno corte la cinta, pero fundamentalmente en dejar de insistir tozudamente en los trazados de los caminos reales del siglo XVIII –y hasta ancestrales–, por aparentemente resultar en la solución más barata en la concepción del estado de pobreza que nos han inculcado desde tiempos inmemoriales. La realidad ha demostrado todo lo contrario: no son la solución presupuestal más económica pues ¿cuántos recursos no se han invertido en la vía al Llano?¡Miles de millones de pesos, por no decir billones!

En dos siglos de república, Colombia ha sido incapaz de desapegarse de esas trochas que ha convertido hoy en “dobles calzadas”, en una visión temerosa bajo la concepción de pobreza que la ha caracterizado, corto placista y mediocre en sus políticas públicas en materia de infraestructura; cuando este sector es el epicentro del desarrollo de nuestra economía aún considerada emergente.

Es con una infraestructura estratégicamente pensada y planificada para conectar realmente a Colombia –que no a Bogotá con el resto del país–, con la que se podrá alcanzar el dinamismo requerido para un desarrollo sostenido y por qué no, hasta sostenible, de nuestro país.

Esta crisis que estamos presenciando debe ser vista como una urgente invitación para revisar, evaluar y reflexionar, desde lo público, en lo que ha dejado de funcionar desde hace décadas, con la celebración de contratos estructurados bajo supuestos irrealizables y cuyos costos hemos de soportar los humildes contribuyentes.

Por: Johanna Sinning